Luego de la muerte de su esposa en un accidente automovilístico, un arquitecto y su hija se mudan a una casa de campo mientras intentan reconstruir su vida. La niña comienza a actuar raro, y de un momento para otro desaparece dentro de la propia casa, generando que el hombre haga lo que sea por hallarla, encontrándose con respuestas que apuntan a lo sobrenatural y con poco tiempo para actuar

Contada de esta forma, podría sonar similar a las tradicionales películas de Hollywood. Sin embargo, en ella podemos apreciar varios aspectos de la sociedad coreana a los que no estamos acostumbrados, que difieren mucho de los de occidente e implican una construcción de la trama distinta a lo que solemos ver en las películas más populares

¿Se nos ocurre en nuestro país que un padre no tenga la más mínima idea de la personalidad de su hija? ¿Existen familias donde la madre viva únicamente para la crianza y el padre 100% para el trabajo prácticamente sin vida social, creyendo que arregla las cosas regalándole muñecas a su hija? Quizás haya excepciones que confirman la regla, pero no es lo habitual. Esto nos interpela y nos hace reflexionar sobre las diferencias culturales y los motivos de sus acciones.

Otro aspecto diferente y destacable es que cuando pensamos en comportamientos extraños, desapariciones, y presencias sobrenaturales o demoníacas, generalmente se nos vienen a la cabeza los curas exorcistas como recurso cinematográfico. Aquí predomina el simbolismo de ese país, con rituales hechos por chamanes y sus correspondientes talismanes, utilizando métodos pocos convencionales para comunicarse con espíritus

La historia nos deja siempre con ganas de más, generando de a poco tensión, ansiedad y momentos terroríficos que no se limitan a hacernos saltar de la butaca, haciendo de este debut del director Kwang-bin una película ideal para amantes del género que buscan algo distinto, y particularmente imperdible para fanáticos de Ringu (La Llamada) y Ju-On (El Grito)

Juan Pablo Aguirre